Mismo tiempo
pero totalmente diferentes. Nueve meses. ¿Qué paradoja, verdad?
Nueve meses
llenos de vida, ilusión, felicidad, esperanza, amor, cariño, locura, de miedo,
por qué no… Nueve meses para que fuéramos padres. Nueve meses donde nuestro
bebé se iba haciendo personita dentro del vientre de su mami (mi heroína). Si vivir esos nueve meses es una experiencia única como padre, como madre debe brutal. Envidia sana.
Nueve meses para que Mireia naciera. Durante esos nueve meses todo era felicidad. Levantarte con esa sonrisa y ese orgullo de pensar “voy a ser padre”.
Nueve meses para que Mireia naciera. Durante esos nueve meses todo era felicidad. Levantarte con esa sonrisa y ese orgullo de pensar “voy a ser padre”.
Tras esos
nueve meses Mireia nació. Costó pero al final tuvo que salir. Ya se veía que
iba a ser juguetona y un poco vacilona. Preciosa. Buena gente. Pero ese 8 de
agosto del 2003, Mireia me cambió. Mi
hizo madurar. Me hizo ser otra persona. Mi hizo padre. ¡¡¡Padre!!! ¡¡¡Qué responsabilidad
eh!!! Me eliminó radicalmente ese egoísmo que tiene el ser humano por
naturaleza y me lo cambió por el desvivirme por mi hija. No es exclusivo mío,
sino que ocurre en la mayoría de los casos. Un hijo te cambia la vida para
bien.
Desde el
8 de agosto del 2003 hasta el 26 de septiembre del 2015 yo era una persona
feliz. Bueno no, era tremendamente feliz. Mireia es mi orgullo, mi forma de
vivir, sentir, amar, querer, pensar, hacer, deshacer, trabajar…Mireia es mi
forma de ser.
Pero llegó
ese “puto bicho” que la mató ese trágico 26 de septiembre del 2015. ¡¡¡PUTO BICHO!!! Y me hizo añicos. Me destrozó y porque no decirlo, me “ha matado en
vida”. Vivo, claro que vivo, pero es por la fuerza de todos los que me rodean.
Os quiero, gracias. Pero es una vida incompleta. No es vida porque me falta mi
motor, mi parte central. Falta mi hija. Y hay días que no puedo aguantarlo. Es duro.
Es terrible. Injusto, Antinatural e inhumano.
26 de junio del 2016. Han pasado nueve meses. Pero que nueve meses tan
radicalmente diferentes a los otros. Días negros, oscuros, eternos, con
sufrimiento, dolorosos, tristes, llenos de pena, donde el silencio es un grito desgarrador, infelices, con
recuerdos, muchos recuerdos, pero solo eso, recuerdos… ¡Y no quiero recuerdos! Quiero
que mi hija esté aquí conmigo, con nosotros, para seguir viviendo.
Es un
imposible. Sí, lo sé. Soy consciente. Pero estoy enfadado. Estoy harto. Tengo rabia
porque quiero vivir el día a día con ella. También soy consciente que está
conmigo en su estrella, en mi corazón, en mi cabeza, en todos los recuerdos…pero no me sirve. La necesito aquí conmigo para seguir construyendo mi vida, nuestras vidas.
La echo
tanto de menos. La extraño tanto. La quiero con tanta locura.
Nueve meses
tan diferentes, ¿qué paradoja, verdad?
#MireiaTeQuiero