lunes, 27 de junio de 2016

Nueve meses VS Nueve meses.

Mismo tiempo pero totalmente diferentes. Nueve meses. ¿Qué paradoja, verdad?

Nueve meses llenos de vida, ilusión, felicidad, esperanza, amor, cariño, locura, de miedo, por qué no… Nueve meses para que fuéramos padres. Nueve meses donde nuestro bebé se iba haciendo personita dentro del vientre de su mami (mi heroína). Si vivir esos nueve meses es una experiencia única como padre, como madre debe brutal. Envidia sana.
Nueve meses para que Mireia naciera. Durante esos nueve meses todo era felicidad. Levantarte con esa sonrisa y ese orgullo de pensar “voy a ser padre”. 

Tras esos nueve meses Mireia nació. Costó pero al final tuvo que salir. Ya se veía que iba a ser juguetona y un poco vacilona. Preciosa. Buena gente. Pero ese 8 de agosto del 2003, Mireia me cambió. Mi hizo madurar. Me hizo ser otra persona. Mi hizo padre. ¡¡¡Padre!!! ¡¡¡Qué responsabilidad eh!!! Me eliminó radicalmente ese egoísmo que tiene el ser humano por naturaleza y me lo cambió por el desvivirme por mi hija. No es exclusivo mío, sino que ocurre en la mayoría de los casos. Un hijo te cambia la vida para bien.

Desde el 8 de agosto del 2003 hasta el 26 de septiembre del 2015 yo era una persona feliz. Bueno no, era tremendamente feliz. Mireia es mi orgullo, mi forma de vivir, sentir, amar, querer, pensar, hacer, deshacer, trabajar…Mireia es mi forma de ser.

Pero llegó ese “puto bicho” que la mató ese trágico 26 de septiembre del 2015. ¡¡¡PUTO BICHO!!! Y me hizo añicos. Me destrozó y porque no decirlo, me “ha matado en vida”. Vivo, claro que vivo, pero es por la fuerza de todos los que me rodean. Os quiero, gracias. Pero es una vida incompleta. No es vida porque me falta mi motor, mi parte central. Falta mi hija. Y hay días que no puedo aguantarlo. Es duro. Es terrible. Injusto, Antinatural e inhumano.

26 de junio del 2016. Han pasado nueve meses. Pero que nueve meses tan radicalmente diferentes a los otros. Días negros, oscuros, eternos, con sufrimiento, dolorosos, tristes, llenos de pena, donde el silencio es un grito desgarrador, infelices, con recuerdos, muchos recuerdos, pero solo  eso, recuerdos… ¡Y no quiero recuerdos! Quiero que mi hija esté aquí conmigo, con nosotros, para seguir viviendo.
Es un imposible. Sí, lo sé. Soy consciente. Pero estoy enfadado. Estoy harto. Tengo rabia porque quiero vivir el día a día con ella. También soy consciente que está conmigo en su estrella, en mi corazón, en mi cabeza, en todos los recuerdos…pero no me sirve. La necesito aquí conmigo para seguir construyendo mi vida, nuestras vidas.

La echo tanto de menos. La extraño tanto. La quiero con tanta locura.

Nueve meses tan diferentes,  ¿qué paradoja, verdad?

#MireiaTeQuiero