miércoles, 7 de marzo de 2018

Hasta quedar oscuro.

En esta entrada quiero compartir este cuento de Betty Orduña que lo ha cedido a este humilde blog y de esta manera contribuir a que la sonrisa de Mireia siga siendo eterna. Espero que os guste y a
Gracias Betty.

Ya habían dado las ocho de la tarde en el reloj de la Catedral y Nona corría por la calle San Fernando, queriendo llegar a tiempo a su casa, antes que su madre se diera cuenta de lo tarde que era y se enfadara con ella, como últimamente hacía. Le tenía dicho que antes de las ocho debía estar en casa, eran tiempos terribles y a su madre le daba miedo que algo malo le sucediese. La Guerra Civil había estallado y en Barcelona se vivía con especial miedo esos días.

Al doblar la esquina de su calle, Nona se detuvo, y con la mano apoyada en la esquina de piedra y la otra en su rodilla, tomó aire y con rapidez se puso la mano en su costado, un dolor intenso, no la dejaba respirar. No tenía casi aliento, pero quiso hacer el esfuerzo de recorrer el último tramo hasta su casa con paso ligero pero sin correr, así pasaría desapercibida para su madre. En esa calle estrecha, se oía hasta el vuelo de una mosca. 
Enfiló la calle ligera pero con la mano derecha aún apoyada en su costado. A sus ocho años recién cumplidos en marzo, Nona ya conocía ese dolor, era cómo si se le fueran a salir las tripas y con su mano pudiera sujetarlas.

En cuanto llegó al portal de su casa, la portera, Pepita (que así se llamaba) apareció tras la puerta con cara de preocupación y a pesar de que hacía calor, ella no hacía más que taparse con un pañuelo grande que llevaba sobre los hombros a modo de chal.

Era finales de agosto y la temperatura en la calle a esas horas era agradable, “no puede tener frío”- pensó Nona mientras le daba las buenas tardes y con un movimiento rápido la esquivó y empezó a subir los peldaños de la escalera.
La portera se giró rápidamente y le preguntó: 
-“ ¿A dónde vas tan rápido?”
-“ A casa, mamá me espera”- contestó ella.
-“Ay mi niña…..(le dijo Pepita, con una mirada de preocupación en la cara), tu madre ha salido a buscarte! Hace rato que han dado las ocho y tú aún no habías vuelto a casa. Estaba preocupada y ha salido a ver por dónde andabas.”
A Nona se le abrieron los ojos como platos. Ya se podía preparar….el castigo que le esperaba iba a ser monumental!

Casi sin tiempo para reaccionar, Nona saltó los tres peldaños que había subido y salió de nuevo a la calle. La portera fue tan rápida como ella y cogiéndola del brazo la detuvo a la vez que le decía:
“¿A dónde crees que vas jovencita?”
A buscar a mamá, antes que sea tarde”, contestó ella y con un gesto rápido se soltó de la mano de la portera y echo a correr calle abajo con la esperanza de encontrar a su madre en la plaza donde Nona solía jugar con sus amigas.
“Seguro que cree que estoy jugando con ellas en la plaza como todas las tardes”, pensó mientras corría a tal velocidad que se podía decir que sus pies no tacaban el suelo, casi volaba.

De nuevo sin aliento, llegó a la plaza y a esa hora, ya no había nadie que ella conociese. Le entró un sudor frío y se quedó paralizada sin saber qué hacer ni a dónde ir, mirando a su alrededor.

Unas voces a lo lejos, la hicieron regresar del ensimismamiento en el que se había quedado. De pronto se oyeron las sirenas que avisaban de que podían bombardear los aviones enemigos que sobrevolaban la ciudad.
Muerta de miedo y desorientada, Nona echó a correr por la primera calle que vio, el ruido de las sirenas era tan horrible, que casi no la dejaba pensar. Debía encontrar un refugio antiaéreo lo antes posible o algo terrible le podía pasar.
Al oír muy cerca de ella el motor de un avión, se detuvo, queriendo esconderse, en el portal de una casa de la calle por la que corría y casi sin darse cuenta un gran silbido ensordeció sus oídos y tapándoselos con las manos, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, como arrastrada por una  gran fuerza.
Acababa de caer una bomba en la casa en la que se había detenido. Lo peor que podía suceder, era que la bomba estallara! sin embargo, no estalló. Hizo un gran agujero en la casa y esa cosa de metal quedó entre los escombros

Enseguida volvió en sí y al verse caída en el suelo, entre escombros y rodeada de oscuridad y polvo, se asustó tanto que le temblaban las piernas aun estando sentada. Tardó un rato en comprender lo que había sucedido y se echó a llorar en cuanto vio esa cosa metálica entre la madera y ladrillos. Era una bomba y aunque no era más larga que su pierna, podía explotar y allí estaba ella, junto a ese obús (así llaman a este tipo de bombas usadas en la Guerra Civil española) y sin saber qué hacer.

La fuerza con la que había caído la bomba y tras ella Nona, hizo que se quedara casi un piso por debajo de la calle y no sería fácil salir de allí.
Estaba como en una especie de bodega de poca altura y no veía una escalera por la que encaramarse, seguro que ha quedado destruida por esta bomba –pensó ella, intentando concentrar la mirada en las zonas más oscuras de ese foso.

Desde su agujero, ella podía ver la calle y parte del cielo de esa tarde de agosto. Por suerte no se hizo daño alguno, sólo estaba sucia y llena de polvo y temblando….. pero no de frío.
Qué iba a hacer ahora? Cómo iba a salir de ese agujero? Qué iba a pasar cuando su madre la viese?
Buffff, la cabeza le daba vueltas y no pudo evitar llorar. De repente oyó algo detrás de ella, no sabía que era, se giró con mucho cuidado, casi sin hacer ruido.

Algunos escombros se movían y mientras los observaba, con su mano palpó en el suelo hasta encontrar un trozo de madera, lo cogió y lo levantó en el aire preparándose para golpear a quien estuviese allí. Con los ojos bien abiertos, contuvo la respiración sujetando el palo de madera con las dos manos por encima de su cabeza y con fuerza lo golpeó contra las piedras en el mismo momento que de entre los escombros salía un pequeño perro.
Ahhhhg! Gritó NonaCasi te aplasto! Dijo abriendo los brazos para recibir al pobre y asustado animalito. Durante largo rato estuvo abrazada al perro y mientras lo hacía se olvidó de dónde estaba. Levantó la vista de nuevo y mirando a su alrededor, se dijo: hay que salir de aquí como sea!
Se puso en pié y comprobó que no tenía forma de escalar el metro y medio que le separaba de la calle. Sólo podía gritar y esperar a que alguien la oyera.

El rato pasaba y seguro que eran las nueve pasadas o tal vez las diez de la noche y aunque no había oído las campanas de la Catedral, la luz en la calle era distinta, se apagaba el día y con él las posibilidades de que alguien, ni siquiera su madre, la encontrase en ese agujero, de esa casa, que ni siquiera sabía la calle. Estaba en su barrio, y no reconocía nada de lo que veía fuera de ese agujero. Casi no veía, el sol se escondía y el cielo cambiaba de color, se entristecía, casi tanto como ella, que abrazada a su nuevo amigo, no podía dejar de pensar en su madre.

Estaba claro que ella sola no podía salir de allí y que gritando tampoco conseguiría nada, así que decidió romper un trozo de su vestido y atarlo a un extremo del listón de madera que había entre los escombros. Subiéndose a unas piedras consiguió sujetar el listón entre dos tablones del piso que daba a la calle. Lo dejó clavado como si fuera una bandera, para que desde la calle, si alguien pasaba, lo pudiese ver.
Al hacer eso, se dio cuenta que con un peldaño más que hubiera bajo sus pies, podría salir.

Empezó a pensar y a mirar a su alrededor sólo había maderas y piedras, pero nada se perdía por intentarlo. Amontonó piedras unas encima de otras y puso unos tablones, los más largos que encontró, a modo de rampa sobre las piedras y para evitar que se cayeran, puso más piedras y ladrillos en el extremo del tablón que se apoyaba en el suelo, para que soportaran su peso al subir por ellos. Y sin pensar empezó a subir despacio por la madera hasta el extremo opuesto, ahora el piso de la calle le quedaba casi a la cintura. Puso las manos en el piso e impulsándose con sus piernas, consiguió subir casi todo el cuerpo, mientras el perro no dejaba de ladrar, tal vez tenía miedo de quedarse solo.
Nona no se lo podía creer, estaba en el piso, cerca de la calle, tumbada en el suelo boca arriba y el corazón le latía a mil por hora. Había salido de ese agujero ella sola!

Al oír los ladridos de su nuevo amigo, se puso de rodillas y extendió los brazos animándole para que subiese por el tablón.
Vamos pequeño, inténtalo! Sube por el tablón que yo te cojo. El perro estaba asustado y daba un paso hacia delante y otro hacia atrás. Pasaba el rato y Nona ya no sabía qué hacer, se puso de pie y separándose del agujero para buscar algo con lo que ayudar a su amigo, consiguió sin saberlo lo que pretendía.
El animal, había corrido por el tablón y dando un salto fue a caer en los brazos de Nona. Anda ya! Has subido tú solo, eres el perro más valiente del mundole decía mientras el perrito le lamía toda la cara. 

Entre cosquillas y risas estaba Nona, cuando de repente comprendió que debía volver a casa urgentemente.
- Mamá, susurró con la sonrisa desdibujándose en su cara.
Salió a la calle y enseguida la reconoció. Su amiga Amelia vivía en esa calle y con poco que corriera, pronto llegaría a casa, junto a mamá. Su nuevo amigo la seguía de cerca, sin separarse de sus pies. Pronto llegó a la plaza donde todo había empezado y al llegar a ella sólo tuvo que torcer a la derecha y subir por su calle, la tercera puerta y estaba en casa.

El ruido de sus zapatos al correr se oían en toda la calle y cuando se detuvo delante de su portal, jadeando y con el corazón en la boca, alguien en la portería se puso en pie y abrió la puerta. Era la portera, que dando un grito de alegría cogió a Nona en volandas y la abrazó tan fuerte que casi no la dejó respirar.
En el primer peldaño de la escalera dentro del portal y hecha un ovillo estaba la madre de Nona, Clotilde, todo estaba oscuro y casi no se la veía.
Los gritos de Pepita hicieron que los ojos de Clotilde se abrieran como platos pero no podía moverse, la emoción y el miedo la tenían paralizada. Pepita dejó a Nona en el suelo y durante un largo rato madre e hija se miraron sin decirse nada. Con lágrimas en los ojos y un hilo de vozNona le dijo a su madre: Perdóname….
Clotilde abrió sus manos y abrazando a su hija, las dos se echaron a llorar sin consuelo.

A la mañana siguiente, Nona se despertó entre los brazos de su madre y a sus pies, dormía “Pequeño”, su nuevo amigo, con el que vivió uno de esos momentos que con los años ella recuerda, y del que se siente especialmente orgullosa por haber salido ella sola de aquel agujero y haber rescatado a Pequeño. 

Eso lo recuerda cada día cuando el sol se esconde y el cielo cambia de color hasta quedar oscuro…….pero sabe qué mañana, de nuevo sale el sol.

FIN

#MireiaTeQuiero

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