21 de
septiembre del 2015.
Puede
que haya pasado mejor noche, un poco más tranquilo al ver que Mireia ayer estaba
mejor. Y con la posibilidad de que hoy la suban a planta.
Llegamos
como siempre a las 12:30 horas y entramos a que nos den el parte médico. Malas noticias.
No le dan el alta de la UCI y no la suben a planta. Aunque está parecida a ayer,
el neuropediatra ha visto algo que no le cuadra. Sospecha que la mejoría de ayer
era un simple espejismo y que puede ser que sea otro de esos síntomas raros que
hace el puto bicho. “Aquí en la UCI estará más controlada. No es normal estar tantos
días en la UCI pero da igual. Queremos estar muy atentos a Mireia”. Además estos
días le harán más pruebas. Otra punción lumbar que harán hoy, la prueba de la tuberculosis y posiblemente el
miércoles un scanner.
No lo
entiendo. No entiendo nada. ¿Cómo es posible esto? ¡Cómo es posible que el puto
bicho pueda hacer que empeore y mejore a su antojo! Los médicos tampoco lo
comprenden. Se están dejando el alma.
Entramos
en la habitación y aunque está despierta y consciente no está como ayer. Se le
nota y a medida que pasa el tiempo la notamos más apática. Algo no va bien. La notamos
con la mirada perdida. Solo mira hacia delante y no distingue bien los animales
que hay dibujados en la pared de enfrente. Llamamos a los médicos que vienen rápido.
Hacen las típicas pruebas de la vista. Y en efecto ha perdido visión y de
visión periférica no tiene nada.
- - “¿Mireia ves a papa?” yo estoy
junto a ella en su lado izquierdo
- - “No, papi se ha ido. ¿Volverá después?”
Me
derrumbo. No me ve. No me ve. ¿Qué está pasando? El neuropediatra ha acertado.
Profesional como la copa de un pino.
Le intentamos
dar de comer. Nada, no prueba bocado. Le pido entonces un beso, se incorpora en
la cama y me da un mordisco que me deja la marca de sus dientes en la cara. Me
duele mucho, sin embargo, no es el mordisco lo que me duele de verdad, es que ha
sido el puto bicho el que me ha mordido.
Volvemos
a estar jodidos. Y los médicos también están preocupados. Están fracasando en
el diagnóstico. Son sus propias palabras. Seguimos confiando en ellos. Son un
encanto como personas. Nos tratan de una manera brutal y con Mireia (y resto de niños, por supuesto) no tengo
palabras para describirlo. Desprenden profesionalidad y amor.
Por la
tarde está igual. Sigue con la falta de
visión. Nos vamos otra vez muy mal. Y así lo reflejo en el WhatsApp del parte médico
diario. Gracias amigos.
Esto es
ya más que una pesadilla.
Continuará…
#MireiaTeQuiero
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