24 de septiembre del 2015
- “No esperéis y pasad que tenemos que
hablar. Vamos a ir a otra sala más apartada” nos dice la doctora. Malas noticias seguro ya que la doctora
tiene una cara muy seria y con mucha preocupación.
- “A ver como os lo digo”. Traga saliva.
Está nerviosa. “El scanner señala que Mireia ha sufrido micro
infartos que le han dañado bastante el cerebro. Son pequeños pero son varios.
Mireia está grave. Posiblemente la tendremos que entubar para que el cerebro no
trabaje tanto y así pueda ir recuperándose”.
Es la primera vez que nos dicen que está grave. Nunca antes usaron esa
palabra y eso hace que el mundo se nos venga encima. Mierda. Joder. La primera reacción
es mirar a Merche, cogerle la mano y darle un beso con abrazo.
Estamos en shock. Hoy es su cumpleaños. ¡No puede ser! Esto no se lo merece. A
Merche no. No puede ser que el regalo de su cumpleaños sea esta jodida
noticia.
Tras unos minutos de asimilarlo me sale esta pregunta del fondo del alma.
- “¿Se puede morir?”
- “No lo podemos descartar” nos dice la doctora.
Lloramos. Tocados y hundidos. Sin fuerzas.
Tras pasar unos segundos o minutos en silencio, no sé porque el tiempo se paró,
la doctora nos dice que en microbiología se están dando toda la prisa que
pueden. También nos dice algo que se me quedará grabado para
siempre “Estamos fracasando como profesionales.
Perdón”. Me llega al alma porque lo dice con sentimiento de culpa
y con los ojos vidriosos, apunto de llorar.
Merche, con esa fuerza sobrehumana que
tiene, saca del bolso un paquete. Son macaron para
todo el cuadro médico de la UCI.
- “Hoy es mi cumpleaños y os he traído estos
macaron para vosotros por todo lo que estáis haciendo por Mireia y por
nosotros”.
Vuelvo a abrazar a esta
gran persona y la doctora, completamente alucinada por el carácter humano de
Merche, le dan un gran abrazo.
- “Ya siento amargarte el cumpleaños así.
Gracias Merche” replica la doctora.
Entramos en la UCI y las caras de todos
los que trabajan ahí es un poema. Se les ve tristes, jodidos, con pena. Mireia
les ha cautivado. No se lo explican. Todos, sin excepción nos abrazan.
Entramos en la habitación y ahí está mi
hija, tumbada, sin moverse, entubada. Impresiona. El ruido de las máquinas se
te mete en la cabeza. No
paro de oírlo. Vaya puta imagen para el recuerdo.
Decir que le doy millones de besos es
quedarme corto. La acariciamos. Le damos la mano. La amamos. Nos dicen que la
hablemos porque ella nos oye y por supuesto que lo hacemos.
- “Se fuerte cariño. Lucha campeona. Papi y mami está aquí. Siempre
estaremos. Te quiero. Te queremos”.
Hoy nos dejan estar más rato y lo
aprovechamos. Queremos estar con Mireia y lo necesitamos. Ella nos
necesita.
Por la tarde voy a ver a mis padres. Tengo
que decirles cómo está la situación. Se merecen saberlo, pero no les diré que
se puede morir ya que no se merecen ese mazazo porque aún confiamos en la
recuperación aun sabiendo de la gravedad del asunto.
- “Papá, mamá sentaros que tengo que deciros como se encuentra
Mireia”
- “¿Qué pasa? Pregunta la yaya Isabel muy
nerviosa y con la cara descompuesta. Nunca vi a mi madre así.
- “Mireia está grave. El scanner dice que ha
sufrido micro infartos y está entubada. Está grave”
Lloran. No se lo creen.
El WhatsApp y el teléfono arden. Las
muestras de cariño son brutales. Los envíos de fuerza y ánimo son brutales.
¡Qué fuerza dais!
Volvemos por la tarde. Sigue todo igual.
Nos quedamos más rato porque así nos lo permiten. Queremos estar con Mireia.
Bárbara, ¿lo ves? Tenía razón y era
fundamentado el miedo que tenía del resultado del scanner.
Estoy muy tocado. Marcho a casa.
Continuará…
#MireiaTeQuiero
Siempre, siempre, siempre, un fuerte abrazo.
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